Pueblos originarios, la realidad que viven  

A pesar de enfrentar dificultades significativas en su vida, Ana se convirtió en una educadora con un fuerte compromiso de garantizar que los niños y niñas de comunidades indígenas no sufran las mismas vulneraciones que ella enfrentó.

A la edad de 10 años, Ana* tuvo que abandonar su comunidad indígena en el departamento de San Pedro por primera vez. Sus padres se separaron y fue enviada a vivir con una familia en la ciudad capital, Asunción, a unos 200 km de distancia. Allí, se esperaba que Ana realizara trabajos domésticos para la familia a cambio de su alojamiento y manutención, una práctica común en Paraguay conocida como ‘criadazgo’.

Profesora de comunidad indigena
Ana eligió el camino de la docencia, a pesar de las adversidades. © Plan International

«Criadazgo» es una práctica ilegal pero culturalmente aceptada consistente en enviar a niñas o niños, generalmente de familias rurales o con bajos ingresos, a vivir a casas de familias con mejores recursos económicos, para que realicen tareas domésticas y otras responsabilidades a cambio de cuidados, vivienda y, a veces, educación. “En la casa había camas y habitaciones, pero yo no dormía ahí. Me prepararon como un colchón de ropas viejas sobre un banquito y dormía sobre eso en un pasillo de la casa” menciona Ana. Antes de salir de su casa preparaba el desayuno para los 6 miembros de la familia y lavaba los cubiertos. Después de volver de la escuela, tenía tiempo para hacer sus tareas rápidamente para después ponerse a limpiar la casa. 

Ana tuvo suerte y la familia para la que trabajaba le permitió continuar su educación, pero le resultó difícil acostumbrarse a aprender en español en lugar de la lengua guaraní que había hablado desde niña. Hizo sus primeros años de escuela allí y el último año de la primaria en una escuela de la capital. “Los primeros 4 meses fueron difíciles. Yo no hablaba con nadie porque no sabía hablar español. Una profe me ayudaba con las tareas, traduciéndolas al guaraní para mí y después aprendí solita el castellano. Los otros niños se burlaban de mí pero eso no me afectaba. Yo solamente quería terminar el sexto grado”.  

Volvió a su comunidad con su mamá pero ésta no la podía mantener. Se mudó varias veces sola, con su mamá y con algunos parientes y en cada lugar al que iba buscaba rápidamente cómo continuar sus estudios y avanzar todo lo que podía con su educación primaria, aunque esa vida nómada le dificultaba mucho, era la única opción que tenían ante la falta de recursos. 

Falsas promesas

“Un día llegó un tío a la comunidad donde vivíamos en ese momento, en Luque, y le ofreció a mi mamá llevarme a una comunidad en el Alto Paraná para que enseñe en una escuelita indígena. Mi mamá y yo, esperanzadas con la oportunidad, decidimos confiar en que por ser parte de la familia estaría bien cuidada. Pero me mintieron”. 

Ana cuenta que para llegar al lugar a donde la llevaron caminaron durante casi 5 horas, que era muy lejos y que la comunidad indígena vivía en la vera del río. Ya asentada en la comunidad se dio cuenta de que las promesas de su tío eran falsas y que realmente lo que sucedió es que fue vendida a un hombre mayor.   

Con 17 años, fue entregada a ese hombre de 38 años que la tuvo presa durante dos años en la casa que tenía dentro de la estancia. No tenía forma de comunicarse con su mamá, no sabía exactamente cómo salir de ese lugar y no tenía nadie a quien acudir.  

Durante ese tiempo fue víctima de abusos físicos y psicológicos. Tuvo dos hijos como fruto de esos abusos. Luego de un tiempo convenció al hombre de dejar el lugar en la estancia para ir a vivir a una comunidad indígena donde ella sabía que estaba parte de su familia. Llegó hasta allí con el hombre, sus dos hijos y un tercero en camino, y una vez que estuvo al abrigo de su comunidad indígena, logró que sus tías se dieran cuenta del maltrato y tuvo apoyo para dejarlo y cambiar su vida. 

“A veces no dormía del maltrato psicológico. Creo que eso es lo peor. Es lo peor que una persona puede pasar. Y tenes que ser muy fuerte para salir de eso” asegura Ana. 

Superar las adversidades

En Paraguay, las comunidades indígenas sufren múltiples violaciones, como el desalojo de sus tierras, acceso limitado a servicios básicos y la pérdida de sus costumbres y cultura. Las condiciones socioeconómicas constituyen un factor agravante para la situación de violación de derechos en la que se encuentran las mujeres indígenas, ya que el 68% de ellas se encuentra en situación de pobreza (tanto no extrema como extrema). 

Profesora de comunidad indigena enseñando
Ana con sus alumnos y alumnas. © Plan International

En la actualidad, la hija de Ana participa en la Escuela de Liderazgo de Plan International, la cual tiene como objetivo potenciar las habilidades de liderazgo de niñas, adolescentes y jóvenes que viven en áreas rurales, ayudándolas a generar cambios positivos en sus propias comunidades.

En comunidades como la de Ana, Plan International lleva a cabo proyectos de desarrollo comunitario con un enfoque integral y participativo que busca mejorar las condiciones de vida de los miembros de la comunidad, promoviendo su capacidad para identificar y abordar sus propias necesidades y desafíos. Buscando empoderar a las comunidades para que sean agentes activos en su propio crecimiento y transformación. Estas iniciativas no solo buscan abordar los desafíos inmediatos, sino también romper los ciclos de abuso e desigualdad, promoviendo la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres, con el objetivo de construir una sociedad más justa y libre de violencia. 

Gracias al apoyo de su familia y de la comunidad, Ana pudo retomar su educación. Después de terminar la escuela secundaria, ingresó a la universidad y ahora, a los 42 años, es directora en una escuela indígena, lo que le permite apoyar a sus hijos y a su madre. «Elegí la profesión docente para poder ayudar a los niños de comunidades indígenas y evitar que enfrenten las mismas dificultades que experimenté en la infancia», concluye.

*Nombre cambiado para proteger identidad

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