El hambre impacta en la educación de las niñas en Haití

"Cuando tengo hambre, no puedo estudiar", dice Chedeline, de 12 años, cuando nos reunimos con ella en su escuela, en el departamento del sudeste de Haití. "No he comido nada esta mañana; espero comer algo de arroz más tarde hoy".

En la escuela hay dos señoras que venden pasteles y dulces bajo unas tiendas armadas con telas, pero Chedeline y la mayoría de niñas y niños que estudian allí no tienen dinero para comprar comida.

Chedeline,

Chedeline, de 12 años, preparando su almuerzo.

«Cuando tengo hambre, no puedo estudiar», dice Chedeline, de 12 años, cuando nos reunimos con ella en su escuela, en el departamento del sudeste de Haití. «No he comido nada esta mañana; espero comer algo de arroz más tarde hoy».

La escuela está construida con tablones de madera por donde se filtra el agua cuando llueve mucho. No tiene acceso a agua potable, por lo que los niños deben obtenerla del río, que se está secando poco a poco.

Aunque estudia mucho, sus notas han bajado desde que la crisis del hambre golpeó Haití. «Me gustaría aprender enfermería para poder ayudar a los enfermos», dice. «Creo que si estuviera mejor alimentada podría sacar mejores notas», dice Chedeline.

Un arriesgado viaje diario de casa al colegio

Para ir y volver de la escuela, Chedeline tiene que caminar por caminos abandonados y pedregosos con su hermana pequeña, y cruzar lo que queda de un río que conecta con su escuela. Aunque la ruta es arriesgada, la recorre casi todos los días con sus amigos.

Chedeline vive con su madre, su abuela y su hermana en una pequeña casa de madera con una sola ventana. Su padre murió hace muchos años. Comparten un pequeño jardín que se ha secado por la falta de lluvia y del que se han apoderado las gallinas de la familia. Le gusta jugar con sus dos primos que viven enfrente, que tienen más o menos la misma edad.

Su abuela y su madre trabajan como comerciantes, revendiendo frutas como guanábana, chirimoya y naranjas. Con lo que les sobra y los ingresos que obtienen de sus ventas diarias, proporcionan la poca comida que pueden a los niños.

Chedeline, 12 años, junto con su familia.
Chedeline, 12 años, con su familia frente a su casa.

«A menudo paso días sin comer», cuenta Chedeline. «No como tres veces al día porque mi familia no puede permitírselo. Suelo comer un poco de arroz, maíz o mijo cada día. No como nada más por falta de dinero. Rara vez como carne».

La mala alimentación de Chedeline la ha debilitado visiblemente, y dice que a menudo se siente indispuesta y demasiado cansada para hacer alguna actividad. A pesar de sus evidentes dificultades, Chedeline es consciente de que no es la única que sufre. «Otros niños y niñas están en la misma situación que yo, o peor. Para ellas y ellos es difícil encontrar comida porque sus padres no reciben ninguna ayuda».

Ayuda donde más se necesita

Plan International está respondiendo a la crisis de hambre en los departamentos del sureste y noreste de Haití. Ha apoyado a más de 5 mil familias con transferencias de efectivo para que familias como la de Chedeline puedan comprar comida.

Además, ha formado a 4.500 voluntarios para que impartan charlas sobre nutrición y protección infantil en las comunidades. Debido a las malas condiciones de agua y saneamiento, Plan International también está entregando kits de higiene en respuesta al brote de cólera.

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