Esta es la historia de Santa y Camila, de una comunidad indígena, marcada por la llegada de la primera menstruación, la vergüenza, el miedo y también la importancia de animarse a hablar. Un camino compartido donde el acompañamiento y la palabra hacen toda la diferencia.

Santa es madre, cocinera y sostén de su hogar. Cada mañana muy temprano, sale rumbo a la escuela de la comunidad, donde prepara los alimentos para decenas de niñas y niños. Mientras tanto, Cami, su hija se queda en casa, desayuna, ayuda en la casa y a su padre en lo necesario. Estos días son distintos comenta, “Ore ko ápe peteî arapokõindy rupi ndoroguerekói y potĩ.” «Nosotros acá hace más de una semana que no tenemos agua». “Che hermano pe ajeguerahaka che hermana rógape, ajahu ha upei aju ajeprepará ahahagua colegiope” «Por eso le pido a mi hermano que me lleve a la casa de mi otra hermana, ahí me baño, vuelvo a casa, y me preparo para ir al colegio». Lo dice con naturalidad, pero detrás de esa rutina se refleja la realidad, la higiene, una necesidad básica, se vuelve un desafío. “Mi mamá cocina todo y ya vuelve a casa para el medio día y yo me voy al colegio”.
Cami tuvo su primera menstruación a los 12 años. Su mamá, Santa, había atravesado ese momento recién a los 15. La diferencia de edad fue también una diferencia de preparación. “Me asusté” recuerda Cami. “Nadie me había hablado antes. Sentí mucho miedo y vergüenza. No sabía cómo contarle a mi mamá”.


Experiencia
“Chéngo mba’evéa ndomombe’úi de la menstruación ha’ekuéra ymave oguejy a los 15 años ha chéve voive a los 12 años oguejýma akue chéve, ha añemondýi akue porque nombombe’úi chéve ha upei reíma che amombe’u chupe ha chetĩeterei ha che akyhyje haʼe hag̃ua chupe” «Nadie me hablo de la menstruación, en la época de mi mama a ellas les llegaba a los 15 años, y a mi antes, a los 12 años me llegó y me asustó porque ella no me habia hablado del tema, le hice un comentario; yo tenía mucha vergüenza, y miedo de contarle a ella» cuenta Cami.
Cuando Camila tuvo su primera menstruación, lo primero que hizo fue contarle a su sobrina, más pequeña que ella, pero con quien tenía más confianza. Su sobrina, que ya sabía del tema porque su mamá le había hablado con naturalidad, le respondió con calma: “Es normal en las mujeres, algo natural del cuerpo, contale a tu mamá, ella te va a explicar y guiar mejor”. Ese gesto sencillo, de una niña a otra, marcó el inicio de una red de confianza que hoy sigue creciendo.
Por otro lado, Santa, no esperaba que su hija menstruara tan joven. “Antes era diferente”.
«Ha upéa che ha’e chupe la ore 15 año rire yma jareko la menstruación, ha ko’ánga voive voi la mitã kuéra 10 años a veces oguerekómavoi ha péa che ha´e chupe péa upéichante voi ha’e chupe, ñande kuña upéa jareko voi ha péa nde ekontinuá” «Y yo le conté que tuve la menstruación después de los 15 años, pero hoy en día a las niñas les baja más temprano, a veces a partir de los 10 años. Le dije que eso era algo normal, que todas las mujeres tenemos luego y es mensualmente.»
Rompiendo tabúes, creando confianza
Santa entendió que era momento de romper con los silencios heredados y los tabúes. Como la idea de que no se debe lavar la cabeza durante el periodo, que la menstruación era algo sucio, o que no se puede hacer ejercicio mientras se tiene el periodo. Aunque empezó “tarde” a hablar sobre estos temas, hoy acompaña a Cami con más confianza, sin vergüenza.
”Ko’ánga ndacheincomodavéima ni mba’eve, tranquiloitéma” «Ya no me siento incómoda para nada, tranquila.» «Pero también me doy cuenta de que muchas chicas todavía sienten vergüenza, como yo la sentía antes«. Conversan sobre el cuerpo, el ciclo de la mujer, los cuidados y la importancia de conocerse. Como le insiste su hijo, el primer y único médico indígena en el centro de salud de su comunidad, hablar claro y sin miedo es clave para que las niñas crezcan sabiendo, preguntando y cuidándose.
”Ko’ánga ndacheincomodavéima ni mba’eve, tranquiloitéma”
Camila.
«Ya no me siento incómoda para nada, tranquila.»

“En el grupo de amigas, si alguien necesita una toallita, yo le presto. Siempre llevo una conmigo”
Camila.
En su escuela no hay kits de higiene menstrual, y conseguir esos productos requiere un viaje hasta el centro de la ciudad. Por eso, Cami quiere que esto cambie. “En el grupo de amigas, si alguien necesita una toallita, yo le presto. Siempre llevo una conmigo”. Participó en talleres de salud menstrual en la Unidad de Salud Familiar de su comunidad en conjunto con Plan International, conversa con sus amigas, sobrinas y primas; y desde ahí no solo aprendió, también se convirtió en vocera entre sus compañeras. “Yo les digo que no tengan vergüenza. Que hablen con sus mamás, que pregunten todas sus dudas»
En un entorno donde la falta de recursos se cruza con el silencio cultural, la historia de Camila y Santa es un ejemplo de cómo el conocimiento y la conversación pueden cambiar generaciones. Donde antes hubo miedo, ahora hay confianza.
