Me entregaron a una unión forzada, pero no me rendí

Aurora es hoy docente y directora en su comunidad. Pero su camino no fue fácil: a los 17 años fue víctima de una unión forzada que le arrebató su libertad. Tras cuatro años de violencia, logró escapar con valentía y reconstruir su vida.

Silueta, contraluz
Aurora © Plan International Paraguay 

-El nombre Aurora es ficticio. Fue elegido para resguardar la identidad de la protagonista y proteger su seguridad.- 

Hoy tiene 44 años, es docente, directora de la escuela de su comunidad indígena y madre de cuatro hijos. Pero su camino hasta aquí no fue sencillo. 

De niña recuerda la alegría de crecer junto al río, entre la chacra, la pesca y los juegos con sus hermanas. “Me gustaba mucho leer, ir a la escuela y jugar tikichuela (juego infantil tradicional del país). Soñaba con ser abogada”, cuenta. 

La separación de sus padres la llevó a Asunción para continuar sus estudios desde los 11 años. Fue allí donde su vida cambió de rumbo 

La promesa que cambió su vida para siempre 

A los 17 años unos parientes le ofrecieron un supuesto trabajo en Alto Paraná (departamento ubicado a 315 km de Asunción), con la promesa de terminar el colegio y formarse como docente. Ella confió en ellos, confió en esa oportunidad. Pero todo era una mentira. “Mis propios parientes me entregaron, yo confié en ellos, pero me entregaron a un hombre. Un hombre mucho mayor (38 años). No fue una decisión mía”  

“Mis propios parientes me entregaron, yo confié en ellos, pero me entregaron a un hombre. Un hombre mucho mayor (38 años). No fue una decisión mía” 

Aurora, 44 años.

Aunque en Paraguay el matrimonio infantil todavía es legal en algunos casos —la ley permite excepciones desde los 16 años con autorización de padres o tutores —, lo que vivió Aurora no fue un matrimonio, sino una unión forzada. Estas ocurren fuera del marco legal: arreglos familiares o comunitarios donde niñas y adolescentes son entregadas, muchas veces a hombres adultos, sin poder decidir. Esta práctica, frecuentemente naturalizada en contextos de pobreza y desigualdad, limita el desarrollo integral de quienes la experimentan y perpetúa ciclos de vulnerabilidad en dimensiones educativas, económicas, sociales y de salud. 

“Al llegar, descubrí la mentira. No tenía teléfono ni forma de comunicarme, no había caminos para salir, tampoco tenía dinero. Desde ese momento comenzó un periodo oscuro y de amenazas constantes: 
“Anike mba’eve ereti porque ere algo ha rojukáta ha romombo esterope”  
[No digas nada porque si hablás, te mato y te tiro al esteral]. 

«Yo cortaba remeras grandes, cosía y le ponía goma para ponerme como una poller. No me podía poner mi ropaAnikena amonde ao iporãva, anikena añe peina, peichante [No te vayas a poner ropa linda, no te vayas a peinar, así nomás] me decía. 
Así nomás tenía que andar”, recuerda. 

Aurora estuvo en esa relación desde los 17 hasta los 21 años, viviendo bajo control, con mucho miedo y violencias de todo tipo, físicas y psicológicas. Incluso algunos días, encerrada: “Cuando él salía a trabajar me dejaba con llave todo el día. Recién cuando él volvía del trabajo, me abría la puerta.”  

La historia de Aurora no es aislada. En Paraguay, las uniones tempranas y forzadas están profundamente naturalizadas en zonas rurales e indígenas. Según la Encuesta MICS 2016, el 16,1 % de las mujeres de entre 15 y 19 años declaró estar casada o en unión temprana, y el 62,9 % de este grupo vivía en áreas rurales. Entre ellas, más de un tercio solo había completado la primaria, el 30,8 % pertenecía a pueblos indígenas y una de cada cuatro formaba parte del quintil más pobre del país. A pesar de la gravedad del problema, no existe información oficial actualizada, lo que invisibiliza aún más esta realidad. 

Las uniones tempranas y forzadas están estrechamente ligadas al embarazo adolescente: muchas veces las niñas son obligadas a unirse porque quedaron embarazadas, y otras veces la unión misma las expone a una maternidad temprana. Es un círculo que arrebata proyectos de vida, perpetúa la pobreza y refuerza la desigualdad. En el caso de Aurora, no fue diferente a lo que viven muchas adolescentes de Paraguay: 

“Fui mamá por primera vez a los 18 años. A los 21, nació mi segundo hijo.” 

Aurora tenía mucho miedo, pero también era muy consciente de la situación que estaba atravesando. Así, empezó a buscar formas de ganar la confianza del señor y de idear un plan para escapar.  

Un plan, una oportunidad y mucha valentía 

“La oportunidad llegó después de mi segundo hijo. Le pedí permiso (a su pareja) para viajar a Asunción a tratarme de la cesárea. Dame tres meses de tiempo para recuperarme bien y después ya vuelvo.” le dijo. Él mismo la subió al colectivo con sus dos hijos.  
“Así logré salir de ahí para siempre, después de 4 largos años.” recuerda con una tímida sonrisa. 

“Así logré salir de ahí para siempre, después de 4 largos años.”

Aurora, 44 añ0s

De regreso a su casa, su madre la recibió en silencio, pero con un gesto que lo dijo todo. “Ella fue la que me sostuvo” dice con una sonrisa. “Sin una palabra, mi mamá ya sabía lo que había pasado. Me compró ropa nueva y también a mis hijos. Fue el inicio de mi nueva vida.”  

Tres meses después, él volvió a buscarla, diciendo que había cambiado. Pero Aurora ya estaba lista para enfrentarlo. “Me paré firme y le dije: “Me mataste hace mucho tiempo, pero ahora ya reviví. Yo ya te perdoné, pero volver contigo, jamás.” Así fue cómo terminó toda esa tortura, comenta con orgullo y valentía. 

Volver a empezar 

Después de un tiempo, pudo retomar sus estudios, terminar el colegio y más tarde formarse en la universidad. Hoy en día es docente y directora de una institución educativa, y también es voluntaria de Plan International, acompañando talleres de liderazgo con adolescentes, aprendiendo y conversando sobre los derechos, la autoestima y compañerismo. 

Silueta, aula de escuela
Aurora en su clase de Comunicación. © Plan International Paraguay 

“Soy una madre orgullosa: mis hijos estudian, trabajan y saben que deben ser libres y capaces de elegir sus propios caminos. Siempre les enseño a valorarse, a no callarse y a enfrentar las injusticias.” 

Aurora, 44 años

“Soy una madre orgullosa: mis hijos estudian, trabajan y saben que deben ser libres y capaces de elegir sus propios caminos. Siempre les enseño a valorarse, a no callarse y a enfrentar las injusticias.” 

Mi mensaje a las niñas y mujeres es claro: “No debemos soportar nada. Tenemos que ser libres. Las uniones tempranas y forzadas no están bien. Hay que denunciarlas. “Ndakatuima ñande oguereko kuhyjey pope, no.” [No podemos vivir con miedo en nuestras manos, no.] Las autoridades tienen que hacer su parte, no puede quedar más en el “oparei” [No puede quedar así nomás.] 

Niñas libres de matrimonio infantil y uniones forzadas 

Las uniones forzadas y tempranas siguen ocurriendo en silencio, en comunidades aisladas, en hogares donde el miedo calla. Son decisiones impuestas, que roban la infancia, los sueños, la libertad. Esta historia no es única. Es una entre muchas que aún no se cuentan. 

Hoy Aurora es un símbolo de resiliencia y fortaleza. Su historia, su voz puede abrir caminos, porque sabe que hay niñas que hoy están viviendo lo que ella vivió. Y porque sabe que el silencio solo protege al agresor. 

Su historia es un llamado. A las autoridades, a las familias, a las comunidades. A no mirar para otro lado. A proteger. A escuchar. A actuar. 

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