
Mariela es docente desde hace 17 años y siempre supo que educar era mucho más que enseñar a leer y escribir. Como maestra y madre, veía de cerca los desafíos que enfrentaban las niñas y adolescentes en su comunidad: el bullying, la deserción escolar y el trabajo infantil. Pero jamás imaginó que el bullying tocaría su propia puerta, poniendo a prueba su fortaleza y transformando su vida para siempre.
Todo comenzó cuando su hija, Luz, decidió postularse para la presidencia del Centro de Estudiantes de su escuela. «Conformó un equipo sólido, integrado por niñas adolescentes, comprometidas y con ganas de liderar. Pero sus compañeros se burlaban. En los pasillos, los comentarios machistas eran constantes:
“Las mujeres no son capaces de llevar adelante el Centro de Estudiantes» esa frase le quedó grabada. «No era solo una elección estudiantil; era un reflejo de la desigualdad que todavia existe»
El desenlace fue devastador. «No solo hubo manipulación y engaños en las elecciones, sino que Luz se convirtió en el blanco de ataques constantes. El bullying no se detuvo con las burlas; se transformó en acoso diario, miradas despectivas, en aislamiento» La situación llegó a tal punto que su hija dejó de querer ir a la escuela.

Como madre, Mariela sintió una mezcla de dolor y rabia. Veía a su hija apagarse poco a poco, perder la confianza en sí misma y en sus sueños. Como docente, sentía una responsabilidad aún mayor: si esto le estaba ocurriendo a su propia hija, ¿cuántas otras niñas estarían sufriendo en silencio?
La decisión fue difícil, pero inevitable. Luz tuvo que cambiar de escuela para encontrar un ambiente donde pudiera sentirse segura. Pero Mariela no podía quedarse de brazos cruzados.
Fue un momento crucial para invitar a Luz a participar aún más en los talleres de Plan International Paraguay, donde Mariela, tras años de compromiso con la educación, decidió sumarse como voluntaria. Ambas comenzaron a asistir a la Escuela de Liderazgo, un espacio diseñado para que niñas y adolescentes ganen confianza en sí mismas y expresen sus perspectivas en sus comunidades. Allí, fortalecieron sus habilidades de liderazgo, ampliaron sus conocimientos sobre sus derechos y reflexionaron sobre sus oportunidades de desarrollo, construyendo planes de vida que les permitieran alcanzar su máximo potencial. Lo que inició como pequeñas reuniones se transformó en un movimiento más grande, donde muchas jóvenes encontraron apoyo y esperanza.
Para Mariela, este proceso fue más que un compromiso: fue una transformación personal. Su labor como voluntaria, que hoy suma más de 15 años, le permitió impactar la vida de muchas niñas y adolescentes.
“Este proceso me ayudó mucho como mujer, como docente y como madre. Siento que soy un instrumento para ayudar a más niñas a descubrir que tienen valor, que tienen derecho a soñar y ser escuchadas.”
Mariela, madre, educadora y voluntaria

Mariela sigue enseñando y guiando a su comunidad con la misma pasión de siempre, convencida de que la educación y la igualdad son el camino hacia un futuro mejor.